3 de abril de 2009

No quiero saber de Art Pepper


Ya no recuerdo quién coincidía conmigo que el mejor concierto de aquellos años, incluyendo a Miles Davis, había sido el del saxofonista Art Pepper. Con sus patillas y aspecto de profesor rural, hizo sonar aquello cuando todavía no había oscurecido dando a la cosa casi un aire de ensayo, donde las luces artificiales no lo ayudaron en absoluto. Lo veo en un primer plano, muy adelantado con respecto de sus acompañantes de los cuales no recuerdo nada, como un sueño; corrían los años 80. Desde entonces le tengo una gran simpatía. De vez en cuando se queda entre mis discos de cabecera y abuso de él dejándolo que suene mañanas enteras o el día completo. No sé bien qué tiene el bueno de Art que lo hace diferente de los Mulligan, Thompson, C. Adderley, Coltrane, Getz, Gordon o Rollins. Oyéndole parece que se divierte siempre y que hasta cuando improvisa parece que va de broma, pero seguro que no era así. Su música comienza en un punto de la línea y se apea en otro, como quien coge el tranvía en marcha y todo eso.
Así que decidí un día no enterarme de la vida que tuvo Pepper y conformarme con saber solo datos como en qué año esta editado tal disco y con quién se hacía acompañar y poco más; ya hace algún tiempo que murió. Con lo esencial en lo musical ya me basta. Porque una vez que me adentro en las historias, como lo he hecho con otros, su música comienza a sonarme diferente. Es así y no lo puedo remediar. A Art Pepper le he perdonado la vida como si fuera un gladiador en mi pequeño circo de jazz.

4 de marzo de 2009

LUCES 6


Lenta pero sin pausa, tras una aparente normalidad, la doca de Alcantara va dejando paso a una explanada donde en un breve futuro se alzarán edificios inimaginables de contenedores. Quizás oculten la virtual línea del horizonte que perpetra ese mecano gigante, el puente 25 de Abril. Allí por donde ciertas tardes de otoño he visto caer el sol desde el jardín del Museo Nacional de Arte Antiga (MNAA). Hubo firmas para parar la burrada pero la demoledora excavadora trabaja sin descanso. Todo tiene su fin, incluso esos emocionantes, devastadores, épicos y efímeros ocasos.

Renato Martins viste de traje negro con corbata rosa pálido que remata con nudo ancho. Es un lunes donde nada toca celebrar. Todo lo contrario. Asisto, pues, a una escena en el que el cruce de manos es un catalogo de estados de ánimo. Nerviosas, sudorosas, templadas, preocupadas, novedosas, expectantes. El cambio de mes ha dejado al descubierto toda una insurrección interna, traiciones, cruce de sables, miradas y comentarios de todo tipo. Todas las luces y penumbras humanas en un universo tan aparentemente pequeño y hastiado como el oficio de portero. Por eso, Renato Martins a sus 62 años, cuando creía que lo había visto todo, asiste con sus mejores galas a la farsa. Él lo sabe. Mientras se toma un moscatel de un trago me dice: no quiero que me vean como a un simple portero, soy una persona. Durante todo el día ha sido el más elegante, el mejor vestido, el más digno de la rua Poço dos Negros.

Tarde pero a tiempo decidí entrar no hace mucho en la Cinemateca Portuguesa. Todo su envoltorio tiene aires de cine, se respira cine de otros tiempos pero está puesto al día, claro está. Qué sensación más agradable recuperar esos comienzos de las películas con sus cortinas de la R.K.O, la Paramount o la MGM en blanco y negro sobre un salpicado de cabezas silueteadas en la inmensidad de una sala oscura. O las historias mismas allí vertidas en su formato original. El placer de sentir algo ya fuera de lo terrestre. Al salir, siempre ese bocado lumínico y de postal de la rua Mouzinho da Silveira bajo el arco de neón, iluminada como para una secuencia de gánsters en automóvil. De ahí, después del guiño, vuelvo para casa en medio de la noche por esas calles herméticas al paso del tiempo con una sonrisa boba que no sé cómo quitar.

[Hoy hubiera cumplido mi padre 92 años. Seguro que es una buena luz allí donde esté.]

20 de febrero de 2009

Campaña Morrocotuda


Tengo que echar un vistazo a esto de las mejoras del blog. Había capturado esta imagen en mi viaje anterior con mi Leika 327 y he intentado ponerla en donde aparece el Aventurero con su avioneta, pero sale muy pequeña. Luego he querido poner un vínculo al texto Viajes Morrocotudos en el post de abajo y na de na. Así que dos por el precio de uno. Vean la increíble campaña que se está haciendo de este blog vecino.

Desde la rampa [3]


Qué contentos nos pusimos todos cuando nos anunciaron que íbamos a despegar de verdad. Se ve que el proyecto de simulacro está necesitado de financiación, por lo que nos habían cedido para unos ensayos de puesta a punto en esos paseos turísticos para ricachones a la estratosfera. El día señalado, creo recordar, fue un jueves porque es cuando mi amigo me manda un SMS con los números de la primitiva. Así que por fin salimos de aquel hangar pero llevando encima toda la mandanga de los trajes espaciales y todo eso. La lanzadera no estaba muy lejos y después de las fotos oficiales donde no sé por qué nunca salgo, estábamos cada uno en su puesto con el cometido de hacer de pasajeros siderales; lo que no estaba nada mal después de tantos días de mirar por una ventanilla y ver un cosmos de plató mas falso que los billetes de Mortadelo. Por fin íbamos a ser astronautas de verdad. Tengo que reconocer que cerré los ojos entre el estruendo y los primeros treinta kilómetros, cosa de segundos, pero qué bonito cuando los abres y ves todo aquello desde esa altura. Pero ya me dolía el cuello de tanto mirar para mi lado después de una hora de navegación y dos vueltas al planeta, cuando se nos coloca otra nave en paralelo y desde la cabina, un tipo con gafas y otro sin afeitar, nos hacen unas señas como que debíamos parar o algo así. Qué cara de susto se nos puso a todos, pero mucho más cuando Holmmer, que iba atrás del todo, va y dice ¡pues no vamos con la puerta mal cerrada! Así que gracias a los interestelares de Viajes Morrocotudos, qué tíos, porque de no ser por ellos estábamos ahora como chatarra espacial en alguna que otra órbita.

6 de febrero de 2009

Onetti y el jazz [1]


“Lentos brotes se hinchan y crecen, enlazan los muebles, frotan los rincones con sus enormes ojos ciegos. Nosotros, la mañana, el aire que fuiste meciendo en la noche, la mano perdida en la sábana, el pezón vinoso y replegado, todos somos tu sueño.
“Flotamos suaves y veloces, murmurando ansiosos nombres de Dios, largos ruegos obscenos, palabras violentas y unos secretos que estaban rezagados y acabamos de encontrar; somos angustias, bocas redondas de pescados, luna escamosa, arenales, rutas, y el hombre de negros anteojos que asoma desde el piso treinta y saluda con su revólver y el fresco manojo de lilas, la vieja sala embrujada con el bronce sucio de los candelabros, el piano desdentado y amarillo, el traje de baile perdido en el diván y la alfombra de extraviados dibujos con su vieja mancha de sangre y el esqueleto de una rosa, aplastado.
“Pero otra vez cae rota la mano que alzaba hasta su hombro, tu mejilla, tu labio pesado y mustio. Porque quería contarte que han pasado cosas, tantas cosas en la vida y que, sin embargo, nada, nunca pasa nada.” [fragmento del capítulo XXX del libro TIERRA DE NADIE de J.C. Onetti]

16 de enero de 2009

Desde la rampa [2]


Según el calendario secuencial que domina el retablo de pantallas de la falsa sala de navegación, hoy estamos en el día doscientos sesenta y siete de este símil de vuelo a Marte. Se supone que estamos de vuelta a casa, pero Holmmer, el extraño compañero de módulo, tuvo un repentino ataque de ansia en esos días en que nos anunciaron por megafonía que nos iban a dejar salir en el vértice del ‘viaje’, es decir, cuando se supone que tocábamos el planeta y comenzáramos a dar la vuelta. Nada, estirar un poco las piernas allí, por el hangar donde hacemos el paripé las veinticuatro horas del día metidos en esa estructura que hace de nave. Así que Holmmer -el tripulante más completo hasta el momento en todas las analíticas- y su ataque de ansiedad hicieron cuestionar todo el proyecto. Yo no daba crédito cuando le vi coger un extintor y lo lanzaba al cuadro de mandos mientras insultaba a todo el mundo. No hacía ni dos minutos que me acababa de enseñar, todo contento, el tatuaje que lleva en una nalga mientras me hablaba de los planes que tenía para después de la cosa; cuando veo que me guiña un ojo, se levanta, va hacia el oficial de guardia y lo abofetea como en las películas. Luego fue lo del extintor y seguido, las alarmas, los técnicos, enfermeros y médicos. ¿No quedamos que era una nave que estaba en pleno viaje? Pero mejor así, porque quise levantarme y acudir a calmarlo, y casi desmantelo yo también, con todo el asunto de cables y gomas que estaban conectados a mi cuerpo, todos los cachivaches de medición que en ese momento estaban aportando que tenía los mismos parámetros que Dandy, un ratón blanco que es muy simpático y nos hace mucha compañía.