En medio de este letargo, como una siesta mal llevada, varias son las postales luminarias y decentes que han sobrevivido al efecto. En el portal de la Hemeroteca que sirve de recepción y tienda, está también el pupitre alargado con los sistemas de Internet mas lentos del mundo. Como son gratis se han adaptado muy bien al día a día de Lisboa. Ese día me tocó un vecino que buscaba en ruso por los otros portales, los de pantalla reflectante. En medio de esos caracteres de Plaza Roja que bajaban de manera paciente y sedentaria, abrió el teléfono móvil y seguido se puso a hablar en el mismo idioma. Al otro lado había una mujer, seguro, pues mi cercanía era perfecta. La conversación fue letárgica y suave, sin ese hablar de submarino, y su contenido a cerca de la desesperante velocidad del servicio y sobre la escasa pesca de datos que estaba pudiendo recoger. Al colgar, despacio y sin aspavientos, besó seguido el teléfono en franquicia de que su interlocutora todavía andaba por ahí, y lo depositó como mucho cuidado sobre la mesa. Cerró las distintas pantallas y se fue, déjame suponer, pensando en el tiempo que aún habría de pasar para poder besar de forma real mi imaginada estampa.
Aquellos árboles que se visten de malva en primavera mudan la hoja entera por un festín de flores, así que no son perennes como creía. Al caer éstas, creando alfombras, los árboles se quedan pelados en medio de julio como afectados por una plaga fantasma. Pero en cosa de dos días, aprovechando un fin de semana en que no miraba, amanecieron verdes y frondosos como por arte de magia, para mi alegría y su buscada sombra. Estando en el umbral de la puerta lateral del Museu Nacional de Arte Antiga, a esa hora imposible de cerrar, las seis de la tarde, sostenía una de esas flores con forma de campanilla en mi mano que había recogido del césped en el jardín interior, de cuyo bello ejemplar se había desprendido como guirnalda atrasada del mes de febrero. Una señora, entonces, guapa y dinámica, me cogió del brazo y dijo ¿sabe de qué árbol es esa flor? No, señora. Es del jacarandá y aquí en Portugal simboliza la dignidad, y despareció por donde había venido. Para mí, el acto, la flor, el árbol y la señora significan algo más que la dignidad, eso es exactamente Portugal.
Esta vez no sé que ha pasado, decía Zotxo, pero no lo voy a segar, me gusta verlo así, alto y verde. Seguramente, ese jardinero que hemos tenido por aquí a primeros de julio tenga la culpa. El caso es que hay una postal de Villa Juanita reciente donde se adivina al fondo un tipo regando con manguera la superficie. Bonito regalo para los recién aterrizados desde sur de Asia, ese zumbido que hacen los pies descalzos rozando los tallos altos y confortables.