16 de diciembre de 2008

LUCES 5


Quien da la mano es un adolescente con la efusividad de lo ritual, quien la recibe es el otro que percibe amistad en lo convenido, e imagino que, en lo que debe ser, en lo que ello implica y sobran las palabras. Ellas se besan siempre que llegan al encuentro, una por una, aunque igual no alcancen los catorce años. Este gesto novedoso para mí, retrata un cuajo difícil de igualar por donde se visten estos seres humanos. Esa parte jacarandá de la que hablo en otras LUCES. Yo no recuerdo haber dado la mano hasta bien entrado en la ‘mayoría de edad’ y menos a mis amigos, nada más verlos. Ahora, me vengo dándoles abrazos.

En un parco intercambio de datos voy viendo que se cierran comercios y negocios, pero el que más me ha dolido ha sido el del guarnicionero a dos pasos del ascensor de Bica. La primera vez que avisté tan curioso lugarbalcão de parecido aspecto, un señor llevaba las cuentas en un ambiente que me recordó aquellos bancos en las películas del oeste instantes antes de ser atracados. Todo estaba como amarrado a un pasaje de Faulkner en Luz de Agosto. No hace mucho, crucé la calle para ver un papel escrito a mano pegado a los barrotes de la puerta cerrada, aquello anunciaba la próxima apertura de una loja chinêsa. Por qué dudé en obtener en su día el cinturão que tanto me gustaba.
el sol entraba hasta media estancia, contraluz que abnegaba el tiempo y el polvo en suspenso sobre la tarima de madera más vieja y desnivelada que mi antiguo cuarto de juegos. Al fondo, tras un

Haciendo tiempo en una terraza interior del aeropuerto, me disponía a despedirte, amigo David, camino de tu casa en Madrid. Después de una corta pero intensa visita, estábamos en ese instante donde se aprovecha para decir lo que siempre une y reforzar todas aquellas frases hechas, que se nos habían instalado durante la estancia, con el fin de arrancar alguna sonrisa. En uno de los silencios, te pusiste a canturrear casi por lo bajo Txoria Txori, sin ningún enlace con lo transcurrido hasta ese momento, sin saber que a mil kilómetros expiraba su autor, Mikel Laboa. Al acabar de cantar, seguido pronunciaste unas palabras a modo de premonición, y que yo había recogido en un trozo de mantel, un viernes que nos vino a visitar a la mesa mientras comía con su amigo Luciano y el bueno de Carlos: ‘el tiempo siempre está de controversia’. También apunte estas otras: ‘magnífica ostentación’. Al día siguiente me mandaste un correo electrónico:

Mi querido Mon,
ando triste. Los pájaros, para ser pájaros, vuelan. Y yo te cantaba con voz de señuelo la otra tarde en el aeropuerto -también allí vuelan los pájaros de acero- un atisbo de canción en euskera. La canción hablaba de un pájaro -Xori-, pero esto tú ya lo sabes bien. Mikel Laboa murió ayer por la mañana.


Sé, amigo, lo que te gustaba su música, su poesía y su egon (estar); pena de no haberle escuchado uno de sus chistes. Boa viagem senhor Laboa e obrigado.