http://www.youtube.com/watch?v=Nv2GgV34qIg
Un mango frío, ligeramente
dulce, y la noche como una platea. Hay veces que la ciudad se lo calla casi
todo a estas horas. Ocurre raramente, pero sucede. La sientes como rendida en
sus butacas en torno al escenario; incrédula, harta o hueca. Sencillamente
cansada. No hay luces de cruceros en el puerto. Las sirenas de los buques se
alejaron. El borracho en el escalón de una entidad bancaria en el paseo de
Canalejas sigue dormido. Él sigue su peligro. Y ese murmullo de corazones
latiendo en silencio, como una olla de peregrinos, todos dispuestos a descansar
de nosotros mismos. Es un teatro de nubes de otoño con sonido de grillos. Aquí
solemos perder el Norte por la ausencia o la fuerza de los vientos. La vida se
rige por los aires, no por la brújula. Quizá por eso somos tan sensibles a los
rachotes de levante como a la plomiza y seductora calma chicha. Esas lagunas,
como plateas, que uno se bebe a medianoche con un mango frío y ligeramente
dulce en los labios.