Estando en una sala de la Hemeroteca Municipal me doy
cuenta que cuanto más acentuada es la fuga y más allá se expande el artesonado,
más me recuerda todo al cuadro del Maestro. Es oscuridad y por eso estoy algo
limitado, pero podría ser una postal. Así que voy a penetrarlo y ubicarme donde
de ningún modo pueda estorbar. Me siento cuanto antes como en la espera de una
barbería sobre un baúl encerado, al fondo, en un costado. Solo quiero estar en
la penumbra con el calor mezclado con el tremendo olor a linaza. Casi no
alcanzo a ver al mastín, pero sí puedo observar cómo levanta intermitente el
rabo tres dedos y lo deja caer como un juguete de cuerda con el muelle
estropeado. Ahora que me he hecho a la luz me detengo en esa cruz de Clavijo
que recuerdo, de niño, sobre un estandarte. La veo ir y venir en los vuelos de
la franela impoluta que el Maestro lleva como guardapolvo. Luego solo yo le oigo
decir en el intervalo de la acción de agacharse para dejar un pincel en un
frasco, es un divertimento, y como tal quiero que se asuma. Hay un
taburete con cuatro velas que iluminan nerviosas un vasto espectro de óleos
esparcidos por una tabla; pero la luz que lo abastece todo proviene de un
ventanal que está a la izquierda. Y es cuando está poniendo un poco de orden a
unas chorreras sobre el lienzo que dice bien alto, esto ya lo he vivido. Todos
siguen como que han oído nada.
30 de junio de 2008
6 de junio de 2008
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