‘...Algunas noches él estaba cansado y amargado. Engañaba al hambre con la bebida dulzona y el tabaco. Ya le era imposible quedarse en la ciudad. Combinaba la música con la raya de luz en la barriga del mandarín, las cabezas de las flores, aquella lámina del espejo, siempre inclinada. Todo esto y el silencio y los gestos de Mabel Madern. La miraba. A veces ella dejaba la sonrisa para mirarlo; tenía el pelo revuelto, amarillo, la cara chata...’ [J.C. Onetti – Tierra de Nadie]
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