24 de octubre de 2007

La dignidad no tiene color


Me topé con él paseando por La Habana la primavera pasada. Al pasar a su lado se quedó mirándome como si yo fuera un bicho raro. Me di la vuelta y me sentí como quien sonríe a una chica con la que pretendes coquetear. Entonces le di los buenos días y supe al instante que aquellos ojos habían visto demasiado, quizá todo aquello que uno nunca llega a imaginar aunque esté a su alrededor y conviva con ello del mismo modo que se convive con una enfermedad aún no descubierta, un Alien, que lentamente destroza tus tejidos y sólo cuando la nave no puede virar y da muestras de que algo falla es demasiado tarde. Así es el cáncer y de ahí que cuando llega el diagnóstico ya está todo perdido.
Mientras observaba su rostro me preguntaba que había hecho yo para no ser como él. Pero sobre todo me preguntaba qué lugar me corresponde y por qué. Que he hecho yo para estar, que no ser, mejor que él. Nuestra lengua es muy clara con estos matices del ser o el estar. Y por qué la injusticia no puede disimular ni tan siquiera aún vistiendo bien. No obtuve respuesta ni la tengo ahora. Pero me queda el mal sabor de haber constatado que este jodido mundo es un juego cruel en el que se trata, cada vez con más ahínco, de usurpar ese espacio de nadie que todo el mundo considera suyo.

1 comentario:

------ dijo...

Hablando el otro día con Chenio, me comentaba que, el hombre quizás lo peor que puede perder es la dignidad, y que, es muy fácil, sin darse a veces cuenta, el perderla por el camino con pequeñas cosas. Este hombre de tu fotografía parece que es lo único que no ha perdido. De mirada tan intensa como tranquila, de sabio a su manera. Me gusta la foto. ¿Cuándo le sacaste, después de saludarlo o antes?