10 de noviembre de 2008

Reencuentro [ La Lonca ]



Quizás estemos hartos de que asiduamente nos bombardeen con noticias desagradables: conflictos, guerras, crisis, etc., por eso es por lo que trato de ofrecer esta pequeña pincelada cariñosa y llena de esperanza.

El otro día me encontré con un amigo del que hacía tiempo no sabía nada de su vida. Habitualmente es una persona risueña pero ese día tenía una sonrisa burlesca, contradictoria, un poco medida, como aquél que esconde algo bueno pero que por prudencia no quiere explayarlo. Cortésmente pero con curiosidad le pregunté que qué le pasaba, pues le notaba más contento que de costumbre. Fue como abrir un frasco de esencia, estaba pletórico, henchido y rebosaba felicidad; vamos, se sentía totalmente satisfecho: ¡Por fin! Después de cuarenta y dos años, había estado con su hija.

Se veía entonces que el reencuentro le había dejado relajado, dicharachero y muy natural. Pasó a contarme todos los pormenores del hecho y me ratificó que no teniendo nada que perder, ese espacio de tiempo que pasó con su hija le supo a gloria, disfrutando como ‘un enano’, según me dice, y aún cuando el asunto, ponderó, se hizo en presencia de su madre y en lugar público.

Al parecer, cuando la hija cumplió los 18 años se negó a mantener un encuentro con él, quedando este espacio vital de su vida cerrado con muchos candados, por lo que pensó que aunque la vida no se pudiera borrar, esperaba que algún día, aunque sólo fuera por curiosidad, estos se fueran abriendo o rompiéndose.

¡Pues hoy se ha abierto, o roto, el primero de ellos!, me compartía ufano y muy, muy orgulloso. Con qué poco nos conformamos cuando es cariño el que se desprende de nuestro alcance.

Os cuento este pequeño reencuentro porque, en mi humilde opinión, la esperanza está a la vuelta de la esquina y porque por muy grandes que sean los muros, trabas o impedimentos se derrumban con paciencia, bondad y humanidad.

1 comentario:

------ dijo...

Me atrevería a decir que la nada y el todo son casi lo mismo, parecen tan separadas que se tocan por los reversos. Pero quiero ver la cara de pillo, de hecho la veo, como cuando haces alguna parda, cuando consigues colar un saque desde canasta al centro de la bombilla; o cuando estás a punto de comenzar ese momento perfecto que es el premio de la cerveza en el bar de Antxon después de cada lance. Esos momentos ganados a la vida, de pleno derecho y éxtasis, que nos lucen como medallas. Persevera, que como esto no hay nada; lo demás, lo insípido son cosas que te son ajenas, y poco más. Como rezaba aquella botella con que me obsequiaste un buen día: Gaudium.