29 de noviembre de 2007

ANTE LA OQUEDAD



Si ya venía observando la constatación de lo que ya me temía, ahora toca cuantificar la cantidad ingente de mensajes que nos ponen sobre aviso. Parece que por desgracia el hecho viene cuajado, por lo que su perspectiva nos deja ya hablar de ello y denunciarlo, o quizás la urgencia de hacerlo. Lo que no sé qué es peor, si la constatación y su denuncia o la admisión de los hechos. Ante ambas soy algo escéptico, pero hay vías muertas donde ubicarse y montar la parranda.

Son muchos los que avisan en breve espacio de tiempo, por ejemplo Vicente Verdú (sociólogo entre otras cosas), nos hace llegar o nos (de)(a)nuncia en diferentes formatos, pero en este artículo en concreto, titulado ‘El actual imperio de la ausencia’ donde dice, entre otras cosas, que “...la falta, el vacío, la vaciedad, se reúnen en una atmósfera de ausencia que, como una angustia fina, recubre la actualidad del espacio y ralentiza la acción”. Y añade en otro párrafo: “...crece la fantasía de una felicidad basada en la variedad, la aventura simulada y la surtida composición del tiempo libre. Libre u ocioso, desocupado o vacío. Así, el tiempo ausente (de trabajo, de obligación) va convirtiéndose en el ámbito más propicio para conseguir el simulacro de un yo más o menos diferente o tuneado. La briosa construcción de la identidad a partir del trabajo se suple con el diseño flexible de un personaje capaz de ser modulado por sus consumos y contraconsumos, los logos y los no-logos o anti-logos”. En otro momento habla sobre la muerte y el vacuo: “¿La muerte? La muerte no. La ausencia es un sucedáneo de la mortalidad y ya no morimos, nada muere, sólo se sufre el mal de la obsolescencia y queda arrinconado o ausente. Se habita, en fin, sin la tortura del duelo, sólo entre la angustia que no sobrepasa la náusea benévola, aunque constante”.

José Vidal-Beneyto (periodista), en otro artículo viene a aumentar el panorama desolador con respecto a la dirección hacia donde vamos: “...la malversación simbólica del hábeas ideológico de lo que llamamos pensamiento único, al que el social-liberalismo ha convertido en la única vía practicable de la política convencional al uso. Corpus cuyo eje central es la consagración del individuo-sujeto, que exige la desaparición de todos los actores políticos colectivos, en beneficio de la sola entidad común concebible, la de una sociedad de individuos libre y autosuficientes sin más obligaciones que consigo mismos”.

Qué hacer, pues, entre los que buscamos la belleza comprometida como sustento, para, de alguna manera, aferrarnos a lo eterno. Según Emilio Lledó (filósofo) “necesitamos disponer de unas pocas ideas claras y distintas, que nos sirvan para orientarnos en la selva de comunicaciones y discursos en la que vivimos. Para orientarnos en materia de pensamiento”. Palabras que rescata Manuel Cruz (catedrático de Filosofía) en aras de reconocer la “oquedad en la que habitamos, la nada que nos constituye”. Por lo que fundamenta que debemos “atrevernos a soltar lastre, a desprendernos de la carga de banalidad, estupidez y mentira que tantas veces pasa –especialmente en el mundo de hoy- por conocimiento. Y al igual que la vida se sustancia, según algunos, en un largo aprendizaje de la muerte, así también podríamos afirmar que la genuina sabiduría no es otra cosa que el largo aprendizaje del desconocimiento.”

Alexander Kluge (escritor, cineasta, etc.) piensa en alto que “...es difícil hacer converger todas las cosas importantes. Saber responder, sin amedrentarse ante la desproporción entre el poder de la sociedad y el poder del individuo –sin mentir, sin engañarse-, es un gran arte. También Albert Camus parece que se apunta, pero desde su articulo ‘Los Almendros’ de 1950; que como todos los textos llenos de sabiduría aguantan en el tiempo. En él decía “Este mundo está envenenado de desdichas y de torpezas y parece complacerse en ellas. Está entregado por completo a ese mal que Nietzsche llamaba espíritu de torpeza. No le tendamos la mano. Es inútil llorar sobre el espíritu, basta con trabajar por él. Pero ¿dónde están las virtudes conquistadoras del espíritu? El propio Nietzsche las ha enumerado como enemigos mortales del espíritu de torpeza: Según él, son la fuerza, el carácter, el gusto, el “mundo”, la felicidad clásica, el duro orgullo, la fría frugalidad del sabio. Tales virtudes son necesarias más que nunca y cada cual puede elegir la que le convenga. Ante la enorme magnitud de la partida de juego, que no se olvide en todo caso la fuerza de carácter. No hablo de ésa a la que en las tribunas electorales acompañan los fruncimientos de cejas y las amenazas. Sino de la que resiste todos los vientos del mar en virtud de la blancura y de la savia. Esa es la que, en el invierno del mundo, preparará el fruto”.

Como parece, la oquedad viene desde antiguo, pero por desgracia ahora está mas adentro de nosotros que nunca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ahondando en la desazón -no novedosa, por otra parte, con la que uno queda- tras esta maravillosa disquisición, a uno no le quedan ganas más que de quemarse a lo bonzo en una taza de café recién hecho, o cortarse la yugular con un pincel del ocho, envuelto en el germen de un color sin luz, o mandarlo todo ¡A la mierda!
¿Sabemos por qué se enrosca un caracol adentro en su corteza? ¿Por frío? ¿A causa de la luz? ¿Acaso tiene que ver en ello lo que hay afuera?